¿Por qué escribir?

¿Por qué escribir? ¿por qué?

Escribir para expresar tus ideas, para reflejar tú individualidad, escribir para trascender en el tiempo, para dejar constancia de tu existencia, escribir para evitar que el fuego te queme por dentro y convierta todo en cenizas precederás que se esfuman cuando llega el viento.


Escribir como un arrebato, como ese grito que no siempre se puede expresar, y que si se puede, luego se convierte en algo más. Como quien escribe sobre una servilleta y luego la abandona al viento o para otro uso práctico.

Escribir para vencer a la muerte. Escribir porque somos demasiado jóvenes como para resistir la agonía del adiós y la dicha del anhelo.


Escribir como auxilio, como objeto sagrado, para ahuyentar todas esas sombras que danzan en torno nuestro y no respetan hora.


Escribir por la conformidad o la inconformidad que te despierta este mundo, pero expresar una y otra vez, las ideas del amor del deseo, vivir para escribir, para encontrar ese algo que te haga despertar cada mañana.


Para encontrarte a ti mismo, para reencontrarte con alguien más, para dejar de mirar espaldas de personas que se van, para perseguir las ensoñaciones del mundo que se erige con letras.

Escribir también como muestra de que también eres uno más al lado de tantos y tantos escritores que escriben y que tampoco se guardan.

Y al mismo tiempo guardarse para sí mismos cosas que solo se expresan con las letras, escribir por la adicción a hacerlo.

Escribir acaso para ser los pies en otro planeta.

lunes, 21 de abril de 2014

En la casa


Entre las sombras aguardando su momento acechaba la sombra de un hombre robusto que conocía a la perfección su negocio. Su nombre era Jesús y desde muy joven le habían sido revelados los misterios de los más grandes ladrones de la Ciudad de México.

Uno de esos secretos consistía en observar detenidamente las moradas que iba a saquear. Al principio una discreta mirada, que le pudiese proporcionar algún indicio de opulencia, las puertas y las ventanas eran excelentes indicadores, de que en las casas elegidas existían numerosos objetos de valor.

Por las cortinas y fachadas se conocía en gran parte la condición de los dueños.

E incluso algunas veces tras el descuido de los moradores, se podía observar de reojo algunas de las maravillas que esperaban a los osados ladrones que se atreviesen a traspasar la ley y las puertas que separaban la intimidad de las casas y de sus habitantes del terror diario de las ciudades.

Jesús era uno de estos terrores, que aguardaba sabiamente.

Y que después de un coqueteo preliminar se acercaba discretamente hasta las puertas, las tocaba cómo si tocase dulcemente a su amante, y tras descubrir sus mecanismos, marcaba los picaportes elegidos, los marcaba casi siempre con tiza negra. Los dejaba así días incluso algunas ocasiones las marcas duraban semanas, ello con el objetivo de verificar sí los dueños acudían a sus casas y con ello deducir el horario en que lo hacían.

Tras la espera Jesús procedía a anotar en una pequeña libreta los resultados de sus observaciones, elaboraba horarios y especificaciones, sobre las construcciones, cómo posibles salidas de emergencia en caso de que la puerta principal estuviese ocupada. La mayoría de las veces se bastaba de los amplios bolsillos de su abrigo para recuperar las cosas de valor que encontraba a su paso.

Solamente en dos ocasiones de los 20 años empleados en las artesanías delictivas, lo habían encontrado con las manos en las cosas. En aquella primera ocasión contaba apenas con 14 años de vida y era tan solo un aprendiz. Su edad sin embargo, no fue un obstáculo para que los habitantes de una casa casi terminaran con su vida al descubrirlo con las manos en el costal lleno de sus pertenencias.

El costo fue alto, casi un año tirado a la basura en el tutelar de menores, que también le significó una grata y profunda amistad con una de las guardias del centro. Ella lo reinsertó a la vida, porque le enseñó todo lo que sabía: cómo forzar una cerradura, cómo desconectar los aparatos de vigilancia, cómo no ser detectado por los aquellos brutales vigilantes, incluyendo por supuesto a perros y cualquier otro tipo de animales –a veces, las casas tenían animales exóticos como serpientes o dragones de cómodo, en alguna ocasión casi fue descubierto por culpa de un pato, lo había considerado como una figura decorativa del jardín, pero en el momento justo de salir con el valioso tesoro el maldito pato graznó y con él varios patos más; por suerte, en aquella ocasión llevaba automóvil y como cualquier persona podría suponer lo que pasa en aquellas veces, los vigilantes de casa salieron disparados, suponiendo que aquel usurpador de su tranquilidad se encontraba huyendo y no precisamente a un lado de la entrada-.

La segunda ocasión en que fue descubierto tuvo que abandonar el botín de manera imprevista, lo escondió en el closet de una recámara para visitas,  en la casa del vecino que entonces asaltaba y al ser investigado este honesto, respetable y buen ciudadano por la policía, fue entonces que Jesús se limitó a regresar a la casa una vez por la madrugada, vestido de ese peculiar y pulcro anaranjado, y con el paso desganado, juntando apenas unas cuantas basuras, entró por una alcantarilla, pasó por una ventana, rebasó una sala de muebles anticuados, tomó lo que le correspondía… otro poco más y salió a recibir el alba, que mostró el deseo melancólico por transformarse en un abrasador día veraniego sin clemencia.

Ahora se encontraba escudriñando una casa a punto de ser asaltada, desnudaba con la mirada cada parte de la estructura del edificio, imaginaba todas las posibles rutas de escape, pero se mantenía firme en su elección de salir por la puerta de enfrente.

Caminó, tocó el timbre y de inmediato se anunció como el técnico del sistema de cable, zapatos color café, pantalón azul, camisa blanca, cinturón negro, cabello corto, con lentes para sol y una singular gorra negra. Justo en ese preciso momento desde un de los cuartos, alguien anunciaba salida de casa, era una voz joven y varonil.

Le mostraron a avería que debía solucionar –por supuesto él ya sabía exactamente qué cables se encontraban mal conectados y lo que hacía falta; en ese preciso instante Jesús llamó al servicio de cable para anunciar un desperfecto para el número de contrato 345768219900, colgó-.
Después de 15 min –lo suficiente para que no fuera supervisado por los dueños de la casa- intercambió lo necesario  de la mesa y bajó las escaleras que conducían a la sala, explicó el desperfecto que encontró y su incapacidad para solucionarlo él mismo, no obstante anunció la llegada de otro técnico que cumpliría con el trabajo, se despidió de la casa y se dirigió a la entrada.

Lo había meditado considerablemente y entonces eligió -se abría la puerta- había elegido tomar el Ferrari. Sacó las llaves y procedió a desprenderse del overol que escondía los pantalones y la camisa. Utilizó el control para abrir la puerta principal al momento que llegaba una camioneta del verdadero servicio de cable.

Algunos minutos después, los dueños de la casa se dieron cuenta del truco y corrieron al cuarto donde había “trabajado” Jesús, sobre la mesa únicamente encontraron un paliacate rojo y encima de este, una grabadora con una voz que anunciaba “Saldré de la casa en unos momentos”. Y de ahí al garaje, donde encontraron las placas y dispositivos de seguridad del Ferrari, además, sí, además, encontraron un… bueno, a su pato disecado.  


Luego, pasados los días, mientras Jesús terminaba de cargar gasolina y tomaba por la carretera rumbo al norte, pensaba que su firma, el paliacate, era una clara muestra de su pedantería, pero al mismo tiempo se reconfortaba pensando en que su paliacate, al estar vacío, era un recordatorio de que nada valioso se llevaba, por supuesto, a lo mejor, solamente él lo pensaba así, porque, quién sabe si en ese objeto también, tal vez, estarían “redimidos” una parte de sus pecados. 

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